11/30/2005

"Bienvenido"



La cuarta vez que mira el despertador. Decide apagarlo, un baño y afuera. El día tan esperado llego, la suerte dentro de la compañía debería cambiar hoy. 8:30hs, el calor agobia en el andén, el cartel improvisado sobre el molinete anunció demoras bajo tierra. Más y más camisas pegadas al cuerpo salado y pelos recogidos se unen mirando la línea amarilla. La brisa llega anticipándose al farol, al sonido del motor y a las chispas sobre el techo. Vagones repletos de historias; desencuentros; tres estaciones de amor, separados por una muchedumbre de miradas vacías. Terminan cuando ella baja en Congreso; ilusiones; fantasías de ser el único ganador del "gordo de navidad": cada uno parece haber dejado un suspiro para el aroma único de la línea "A". Toma contacto físico obligado con un robusto trajeado por un costado, un par detrás, y al costado una preciosa joven, siente su cuerpo, cierra los ojos y reconoce su rodilla que no cubre la falda en su pierna. También siente sus caderas, su brazo. Podría viajar horas así, pero seguramente en un kiosco le negaría el saludo. El sexto parpadeo de las luces del vagón le indica que debe bajar, junto con casi todos. Mas difícil sería mantenerse dentro. Dos minutos entre la estación y sus túneles anudados presentan una variedad de rostros mayor a la conocida por su abuelo en toda su vida, incluida Varsovia. Ya el sol cae sobre sus pupilas, todos pelean por mantenerse dentro de la vereda sin dejar de dar pasos rápidos, es más fácil seguir que detenerse o cambiar de dirección. Calor, humo negro de mil escapes, ruido que atardece, olor. Toca el bolsillo del pantalón de traje y el bolso cada media cuadra comprobando que no le hurtaron nada, al tiempo que golpean su hombro derecho con unas cajas de resmas que avanzan delante de un pequeño joven mestizo. Abrió el semáforo, todo se acelera. Un paso a la izquierda lo conduce al interior del edificio. El sobre será entregado en el cuarto piso. Las gotas de su frente bajan rápidamente al ritmo contrario del ascensor que no llega el hall se llenó. Frente a la puerta enrejada entiende que en esas situaciones no se siente obligado a mirar atrás para buscar alguna mujer embarazada o anciana, es por orden de llegada. "¿Piso? Quince, octavo y cuarto". Otro lugar donde las miradas se pierden eternamente en el recorrido de una línea del cuello escocés de una camisa. El sobre es entregado al borde de una ventana oscura que da al hueco del segundo cuerpo del edificio, una de las imágenes más tétricas del microcentro. Las gotas calidas y llenas de smog se pegan a ella. Se decide bajar por las escaleras rápidamente a pesar de su pierna, ganó el ascensor. Llueve. A esta hora hay mas gente en las veredas que luchan por mantenerse allí, y compiten empecinados por ganar la cuerda interna y obtener la pared, así como los toldos, paradas de colectivo y marquesinas que renuevan la "mancha pared".Las miradas de odio se alternan entre el hombre que va contra la pared con el enorme paraguas y aquel taxi que acelera junto al cordón levantando liquida suciedad. Al paso guarda el sobre en el bolso cuando este cae producto del choque contra una bicicleta atada a la columna. Juntando los papeles, bronca y temperatura se marcha hacia su trabajo. Con la alta humedad su renguera se acentúa, sorteando con poco éxito las baldosas rotas. El ritmo intenso no se interrumpe por el vibrar de su celular; una voz con más volumen que palabra clara se mezcla con las bocinas, pastillas de freno gastadas y aceleradores. Sobre el cuello de su saco siente que lo tiran hacia atras; está un paso sobre el asfalto en la esquina, el viento rabioso del espejo retrovisor del colectivo de la linea 5 mueven su vida. Hace unos pasos y todavia siente la muerte. Al darse vuelta buscando a quien evito que el avanzara, no hay nadie, hace un clic para cerrar el móvil, un sonido del bombeo del corazón fuerte y agitado y el cuerpo casi temblando lo aquietan. Sobre el umbral de un negocio respira profundamente. Desde ayer un accidente doméstico, estùpido, obliga a escribir en pasado sobre su periodista preferido, esa imposibilidad de comprender los tiempos de la bala echada que busca a cada uno de nosotros. Parado ya sobre la antigua casa de juegos de mesa, a una cuadra de la oficina, decide comprar el rompecabezas de "El Beso" de Klim. Los 5000 gramos que componen cada una de sus piezas forman un alegre peso, el tango "Sur" sale externamente en un tarareo inconcluso que suena desde adentro. Pasa por la plaza y se decide por aquel banco de plaza que ya está seco. Acomoda todo como un ritual, que acompaña apoyar su tobillo derecho sobre su pierna izquierda, respira hasta que se estira el ombligo, saca su habano, lo mira desde todos sus ángulos como adorándolo y lo enciende. Su aroma se mezcla con la brisa que llega desde el fresno recién rociado con la lluvia de verano. A unos cuantos metros, la gente pasa en todas direcciones. La madre joven toma al niño fuerte de la mano, este mira hacia el banco, bien a sus ojos y mueve su boca como diciendo algo. Luego toma otra vez la bolsa, asoma la caja del rompecabezas y sonríe al ver nuevamente parte de su obra preferida. Se estira un poco, levanta la vista y entre la gente sobresale un anciano muy encorvado que gira como con dolor su cabeza y mueve los labios sin quitarle la vista. Ya un poco menos tranquilo, cierra los ojos y sigue cantando "Sur" y da una nueva pitada, hasta que el tablón del banco se hunde por el suave peso de una bella dama llena de perfume, eterno. Gira su cabeza con los ojos cerrados, dice: "bienvenido".