Cuento
Viamonte y Córdoba
El húmedo calor que llega hasta los huesos no se soporta más, ni tampoco el disonante rugir de los taxis, colectivos y algunos más, encargados de ensuciar en gris a todo aquello que se encuentre de cara a la avenida Córdoba. Los trabajos en la verdulería no tiene mucho encanto, pero se acerca mucho más a la Verdad que el caserón de Tornquist; No son de mi agrado y me aburren los costillares del domingo, la leche recién ordeñada, pero sobre todo, no entiendo como les vendan los ojos a todos y no se percatan. Quizás sea para protegerlos. Pero acá pasa lo mismo, la señora riendo compra verdura y fruta para la semana como si nada, un tachero bajó apurado a comprar una gaseosa sin darse cuenta que su tiempo es otro, un señor con una bolsa llena de libros silba sin imaginar que no llegará a leerlos. El colectivo esperando paso transporta ciegos sin destino.
Conseguir trabajo no fue fácil. Si no fuera por un conocido amigo del dueño del local hubiera sido imposible, pero Ernesto tiene un alma buena y creo que además lo hizo porque el sabe que yo también lo sé. Maneja su pensión, a unos 50 pasos de mi trabajo, que está gobernada por el viejo perfume de los muebles que solo un día conocieron la luz del sol, tiene unas veinte piezas (según me contó), algunas con cama doble y otras –como la mía- con cucheta y baño chico. La número dos es la primera a la derecha luego del segundo descanso de la escalera de frío mármol, tiene una ventana que da a la Avenida, parquet desparejo y un poco de smog por todos lados. No es un lugar más, hay huellas de los más astutos buscadores del último siglo. Todos en búsqueda de lo mismo.
La entrada es angosta, tan solo del ancho de la empinada escalera y pasa desapercibida (dicen que fue construida con ese propósito). Néstor los esperaba en la recepción y solo daba habitación a quienes sabían a qué venían allí, por eso el precio variaba según todo lo que pudiera pagar cada uno de ellos.
Desde la verdulería hay que cruzar Viamonte y caminar media cuadra para llegar a mi nueva y última casa, esos metros pueden pasar muchas cosas, algunas trágicas. Allí algunos alcanzan todavía a ver simplemente un edificio de principios del novecientos, de unos diez pisos, que descansa unos diez metros sobre Viamonte y muchos más sobre la avenida. Los porteños se encargaron bien de ocultarlo bajo el gris escupido por los caños de escape, las ventanas están cerradas, más bien selladas, y toda la planta baja está tapada por afiches de todo tipo que esconden los tablones de las viejas y nunca usadas puertas de acceso. Dicen que en lo sótanos está la mayor concentración de edificio, por años la quietud es obligatoria. Cuando me acuesto tocando la pared puedo sentir el movimiento. Es como un millón de ideas que chocan en infinitas paredes de espejo y se intensifican a cada rebote. El volcán está por estallar.
Los huéspedes son desconocidos por mí, pues solo la oportunidad se presenta cuando ingresan todas sus cosas, traen sus más valiosos materiales. Solo ingresarán una vez y no saldrán nunca más. Néstor cree que la “16” todavía está ocupada por un estudioso de Petesburgo que llegó en el vapor del novecientos dos.
El holgazán , que con su voz ronca por el tabaco y la bebida blanca, me ordena a cada momento que hacer, no se da cuenta de nada. Nunca me hizo ningún comentario por más que todos sus cajones miren al edificio, solo que en el treinta y cuatro tres hombres de la empresa de agua estatal rompieron la vereda para cavar hasta encontrar el caño tapado. Se sabe por una vecina que a dos nunca los pudieron encontrar, luego de los gritos al compañero de arriba que, luego de unos días, tapó todo y dejó la vereda tal cual estaba.
Una noche podré atravesar la pared y ayudarlos, formo parte de ellos, de la verdad. Bajo los párpados y todos mis sentidos se conectan, los siento cerca, están a tan solo un metro de mí, solo nos separan treinta centímetros de duros ladrillos. Mi Piel se eriza y todo apunta hacia allá, camino rápido pero otra vez me dicen que no. La pared es dura y la boca reconoce que esta sangre es de la nariz. Duermo un poco, el despertador aún no avisó, pero el sueño si. Me paro, bajo los párpados, vuelvo a tener el control de todos mis sentidos, el control es mío y no, es de todos, de la Verdad…me llaman. Suena el despertador, me lavo nuevamente la sangre y sin perder esperanzas camino al trabajo, y a cada metro, aviso con tres sonidos a las viejas baldosas que estoy por llegar.
Dicen que unos años mas tarde Néstor falleció. No tenía familiares ni amigos que duren más que el tiempo que unió la recepción hasta cada una de las piezas. Nunca lo encontraron cuando atravesaron los tablones que desde los cincuenta cubrían algo desconocido. Una puerta angosta de empinada escalera con una fila de piezas marcadas con sangre en la pared que da a Viamonte y un bastón blanco en cada una.
6 Comments:
Que loco che... me gustó y lo disfruté mucho...
Realmente ud. y Dulcinea me dan calorcito al alma, hablando bien y pronto, me la encienden!! con muy buena literatura.
Por favor diegomartin siga escribiendo así, y que le aproveche!!
Mmmmm un comentario que se haga publico?...es raro....
Me encantó!!!!!!! =) No quería que termine mientras leia... me gusta el estilo... y si... va bien con vos!
Realmente un placer leer tus palabras y dejarme llevar por ellas por un ratito. Gracias!.
Alita
Tus palabras me recuerdan a Julio Cortázar en "Historias de cronopios y de famas"¿Lo leiste alguna vez???Corto, conciso y al grano como me gusta a mi!!!
.....Me quedo pensando... No serà mucho compararte con Cortázar????
De todos modos, no renuncies a tu escencia.
Espero con ansias leerte más.
Creo que Borges y Cortazar influyeron un poco en mi intento por escribir. Espero que lo hagan tambien Freud, Shoppenauer y Girondo!!!!!!!!!
Gracias Die, muchas gracias. No sabes como me llegaron estas palabras
sigues sorprendiendo.............
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